julio 18, 2020

Viaje a Jamaica

Patricia y Pablo se habían hecho mayores. Sí, tan mayores que su “yayita”, como ellos la llamaban, decidió que había llegado el momento de hacer un viaje con ellos a un lugar muy lejano, al que para llegar, era necesario tomar un avión y volar muchas horas.

Patricia y Pablo tenían en ese momento ocho y seis años respectivamente, eran además muy fuertes y muy valientes, por lo que la abuelita sabía que ellos aguantarían el viaje sin protestas por muy pesado que resultase estar en el avión tantas horas.

La verdad es que cuando se hicieron los primeros planes de viaje se tomó la decisión de ir  a Florida. Repartirían el tiempo entre Disney Word, en Tampa, y Miami, desde donde visitarían uno de los Callos (Cay West) para que al menos Patricia y tal vez Pablo —sólo tal vez—,  pudieran nadar con los delfines en alta mar.

El problema se planteó, precisamente, porque para nadar con los Delfines era preciso medir al menos un metro y cuarenta centímetros. Patricia, todavía no los medía, con lo cual, y tras varias reuniones entre los papás y los abuelitos llegaron a la conclusión de que… no podían estirar a los niños hasta conseguir que midiesen un metro y cuarenta centímetros, pero si podían esperar a que ellos fueran creciendo de forma natural y en un año o tal vez dos ya no existiría el inconveniente de la altura y los dos podrían disfrutar de ese baño tan deseado con los simpáticos delfines.

Así que decidieron buscar otro destino. Pero, al mismo tiempo se preocuparon, porque sabían que los niños se iban a llevar una gran desilusión al conocer que tenían que renunciar al viaje que tanta ilusión les hacía.

La reacción de los dos niños fue bastante inesperada.

Patricia  preguntó un poco preocupada

—¿Pero, vamos a ir a otro sitio?

A lo que los papás se apresuraron a contestar afirmativamente, Patricia se encogió de hombros y con la mejor de sus sonrisas y una voz alegre y cantarina  dijo:

—Bueno, entonces no importa, ¿dónde vamos a ir?

La reacción de Pablo fue aún más curiosa. Dio un respiro muy profundo, sobre todo teniendo en cuenta sus seis años y dijo:

—Vale, así no me roban.

La yaya miró a los papas bastante asombrada por la reacción de su nieto, hasta que los papás le explicaron a qué se debía ese comentario:

Pablo no es ni más ni menos obediente que la mayoría de los niños de su edad, pero le gusta “ir por libre”, por lo que sus papás le habían advertido que, en Disney habría muchísima gente y se podría perder, debía estar muy atento para no separarse del grupo en ningún momento. Tendría que estar con los papás o con la abuelita y no ir él sólo a ningún sitio, añadieron para estar más seguros de que les haría caso: “por si alguien al verte solo, te lleva a su casa”.  Por lo visto, desde entonces, se había quedado preocupado con lo que le podía pasar en el viaje y fue para él un descanso muy grande saber que ya había pasado el peligro.

La segunda opción fue África, concretamente Tanzania. El agente de viajes dijo por teléfono que había un viaje muy bonito a este país, que estaba especialmente preparado para niños.

La yaya que ya había estado en dos ocasiones en la selva: una en la amazónica y otra en la africana, y había pasado sus apurillos con los “bichos”, escuchó la oferta con un poco de prevención, pero al pensar que estaba preparando un viaje para disfrute de sus niños, dio su “visto bueno”.

Los papás enseñaron a Patricia y Pablo, por internet, los animales que iban a ver, y  ambos se animaron rápidamente con el viaje. No cesaban de preguntar:

—Seguro que vamos a ver jirafas, y ¿rinocerontes? Pero también hay leones, ¿y cebras? Y así poco a poco iban repasando todos los animales que eran capaces de recordar. ¡Estaban entusiasmados

El problema esta vez fue para la propia yayita. Cuando recibió la relación de los “Hoteles” donde iban a dormir todas las noches, empezaron sus cavilaciones.

Les llamaban Cam. En realidad, se trataban de unas enormes tiendas de campaña individuales de un aspecto estupendo, con todo tipo de detalles, incluso se podrá decir lujosas, con sus respectivos cuartos de baño, amén de instalaciones comunes muy variadas, para el grupo de “Cams”. Pero eran tiendas de campaña en la selva.

La yayita pensó que el viaje podía estar preparado para niños, pero era demasiado para ella. Dos noches estaba dispuesta a pasarlas en la selva en un buen Loge, pero… ¡Todas las noches! y en tiendas de campaña, por muy maravillosas que se las pintasen, no lo podría soportar. ¿Quién le aseguraba a ella, que no iban a pasar a visitarla alguna araña peluda, o tal vez una serpiente? ¿Cómo iba a poder dormir  si tendría que vigilar que no entrasen “esos visitantes”?  Y como podría cuidar por la noche del nieto que durmiese con ella —confiaba en dormir cada noche con uno—, si no se sentía capaz de cuidar de sí misma. Pero, por otro lado, como iba a desilusionar de nuevo a sus nietos diciéndoles que tampoco harían este viaje. Y esta vez por su culpa.

Le dio vueltas al asunto todo el día y al llegar la noche no pudo más llamó por teléfono a su hijo, el papá de Patricia y Pablo, y le explicó lo que le pasaba. Toda la ilusión que sentía por viajar con sus nietos se había convertido en angustia. El papá de Patricia y Pablo muy comprensivo le dijo:

—No te preocupes mamá, busca otro viaje que no te ocasione angustia. Ya has visto lo bien que han reaccionado tus nietos cuando les hemos dicho que no podíamos ir a Disney. Lo que hace falta es que todos hagamos el viaje a gusto.

Esta vez fue la yayita la que dio un suspiro de tranquilidad muy fuerte. Al igual que Pablo, también ella se había quitado un gran peso de encima.

A la mañana siguiente lo primero que hizo, en cuanto despertó, fue llamar a la agencia para cancelar el viaje y seleccionar el siguiente. Mientras hablaba con su agente por teléfono se lo imaginaba sudando copiosamente a la vez que pensaba “esta familia no va a hacer ningún viaje”.

Pero sí. La siguiente oferta fue la definitiva, no en vano era la tercera, y ya sabéis eso de…  “a la tercera va la vencida”.

En efecto, lo habéis adivinado, el tercer viaje era a Jamaica, una isla del Caribe, la tercera en importancia después de Cuba y la República Dominicana. A diferencia de estas dos que son de habla hispana, en Jamaica se habla inglés a pesar de que en su día fue descubierta por Cristóbal Colón y enseñó a sus habitantes a hablar nuestro idioma, pero más tarde fue conquistada por los ingleses y los jamaicanos aprendieron a hablar inglés y olvidaron el español.

Para Patricia y Pablo esto no era un problema, al contrario. Ellos van a un colegio trilingüe, aprenden inglés y francés, además de español lógicamente.

Así que, cuando les dijeron los papás  que iban a Jamaica en lugar de ir a Tanzania, sólo preguntaron si allí también iban a ver animales. La respuesta fue que iban a ver muchos animales marinos y eso fue bastante para ellos. La verdad es que Patricia y Pablo son fantásticos, todo les parece bien, casi nunca se enfadan, disfrutan de todo, pero lo que más les gusta es estar juntos.

Patricia y Pablo ayudaron a preparar su maleta.

—Mamá ¿llevo mis gafas de bucear?

—Claro que sí, ponlas aquí, decía su mamá.

—Papá —decía Pablo—, Me has dicho que vamos a ir en una moto. ¿No quieres que lleve la mía?

A Pablo le habían regalado una moto de gasolina, junto con un equipo y un magnífico casco para proteger muy bien todo su cuerpo principalmente la cabeza, las rodillas y los codos. Estaba aprendiendo a usarla bajo la atenta vigilancia de su papá que era quien la ponía en marcha y permanecía a su lado mientras se iniciaba en esta actividad o deporte.

Su papá le explicó que no se la podían llevar y que, además, en Jamaica montarían en una moto de agua, muy distinta de la que él tenía para usar en tierra.

—Y… ¿quién la va a conducir?  —preguntó de nuevo Pablo.

—Nos montaremos tú y yo, pero tú serás el conductor —aseguró su papá.

—Pablo dio unos aplausos mientras llamaba a su hermana.

—Patricia voy a hacer una carrera por el agua con papá y yo voy a llevar la moto.

A Patricia  le hace mucha gracia todas las ocurrencias de su hermano y miró a su papá con una sonrisa de complicidad diciendo:

—¡Hay Pablo! Cómo te gustan las motos.

Prepararon las maletas con mucha ilusión y por fin llego el momento de iniciar el viaje. A las seis de la mañana montaron casi dormidos en el coche que conducía su papá y fueron a recoger a la yayita a su casa. La mitad del trayecto lo hicieron dormidos. Al despertar, papá paró para almorzar, lo que hicieron con buen apetito. Papá puso gasolina al coche y ya no se volvieron a dormir, muy al contrario, estaban despejados y emocionados y sobre todo deseosos de iniciar el vuelo.  Llegaron al aeropuerto después de haber preguntado ¿cuándo llegamos?, catorce veces al menos.

Embarcaron después de una larga espera. Una vez en el avión, La azafata les comunicó a todos los pasajeros que había habido un problema con los equipajes. Por lo visto habían llevado todas las maletas de ese vuelo a otro avión, por lo que los equipajes que llevaba el avión no eran de ninguno de los pasajeros. Menos mal que se dieron cuenta antes de despegar, sino, nuestros protagonistas, al igual que los demás pasajeros, no hubieran tenido nada para ponerse en Jamaica, y habrían tenido que renunciar a todas esas cosas que con tanta ilusión habían metido en ellas para usarlas en la isla, habrían tenido que buscarlas por las tiendas de Montego Bey u Ocho Ríos que eran los sitios más próximos a su hotel, pero algunas de ellas, seguramente, hubiera sido imposible de encontrar.

El vuelo partió al fin hacia el Caribe. Fue un vuelo tranquilo sin más incidencias.

Lo que ocurrió en Jamaica pertenece a otra historia…

 

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