LILI
Calandra.1995.
EL TIO ELOY
Llegó como siempre, cargado de baúles, con infinidad de cosas curiosas que salían de su interior, aunque la mayoría inútiles. Pero después de la comida, le sirvieron para escenificar sus anécdotas. El tío Eloy trajo sobre todo la alegría a nuestra casa. Sin embargo, sentí cierta tristeza; como un presagio que me angustió unos instantes. Su rostro, muy moreno, parecía haberse resecado y cuarteado, como cuando la cazadora de piel se queda más flexible del desgaste de tanto usarla y se le hacen rayas por todas partes. Parecía mayor. Pensé más tarde que era natural, habían transcurrido unos años y acababa de pasar unas fiebres, que a punto estuvieron de acabar con él. Era lógico que su rostro hubiera sufrido alguna transformación, posiblemente también el resto de su cuerpo aunque no se apreciase a simple vista.
Hablamos de todo lo ocurrido sobre nuestras pasadas penurias, de lo agradecidas que le estábamos, por poder seguir con nuestras vidas sin tener que salir de nuestra hacienda. Incluso le contamos la historia inacabada, de la “casa de los horrores”.
Carolina no hizo ninguna mención a que fuese yo la elegida para disponer de todo el patrimonio, creo que estaba tan contenta de tener allí a nuestro tío que todo lo demás pasó a segundo plano.
Yo si hablé de ello, cuando tuve ocasión de hacerlo a solas. Mamá me dio esa oportunidad, cuando dijo a mis hermanas que la ayudasen con el café y los postres, supongo que quería dejarnos a solas un rato. Siempre he dicho que mamá era muy inteligente, seguro que adivinó que quería agradecer a mi tío su espléndido regalo sin necesidad de que Carolina se violentase o le dijera alguna inconveniencia.
Miré a mi tío con cariño para decirle con toda sinceridad, que estaba segura de que papá ya no estaba enfadado con él, y que solo el orgullo le habría impedido llamarlo, para decirle que no le guardaba ningún rencor y poder despedirse de él como lo que siempre habían sido.
—El orgullo y la imposibilidad de encontrarte —añadí sin ningún ánimo de recriminación. La verdad que todo fue demasiado rápido, apenas hubo tiempo para nada.
—Eso es algo que tampoco he entendido. ¿Sabíais que padecía del corazón?
—No. Ni siquiera hubo nunca motivos para sospecharlo. Mi padre parecía un hombre fuerte y vital. He pensado, que tal vez tanto fracaso en sus negocios, le acabaron pasando factura. Salvador siempre dijo que nuestro padre estaba “como un toro”, le gustaba hacerse revisiones todos los años para comprobar su salud. También nosotras teníamos que dejar que nos las hicieran, aunque eran más básicas. Pero él se quedaba tranquilo. Por eso nos sorprendió mucho más su muerte. Para nosotras fue como si le hubiera atropellado un tren, algo inaudito para lo que no estábamos preparadas, y que nos costó creer y asimilar.
Me gustaría hablar con el doctor que lo atendió, ya sé que nuestro común amigo, Salvador, ha dejado de ejercer como médico de cabecera, para pasar a dar clases en la universidad y en el hospital, aun así, trataré de hablar con los dos. Siempre he tenido la idea de que mi hermano era un hombre sano que viviría mucho más tiempo que yo. Una vida sin excesos, la mayor parte del tiempo en el campo. Ha sido una noticia terrible, todavía no la he podido digerir, y yo sin poder hacer nada por él.