septiembre 27, 2024

Orquideas de Sangre

Se mecía en una hamaca que pendía de dos altísimas palmeras. Un hombre de rostro terrible se estaba acercando y acrecentaba su tamaño a medida que se aproximaba. Estiró sus enormes brazos. Trató de cogerla. Ella quería huir. Imposible moverse. Ninguno de sus músculos respondía. Al fin, la hamaca se movió hasta dar la vuelta y ella cayó al suelo. Se despertó con un sobresalto.

Había dormido con la cabeza tapada, trató de descubrirse, pero lo que fuera que tuviese encima apenas se movía. Lo que tenía sobre su cabeza no parecía el edredón, ni una sábana… De pronto recordó. Estaba en una jukung en la playa. La canoa se mecía. Seguro que había subido la marea y las olas eran las que al golpear la barca la obligaban a balancearse. ¿Cuánto tiempo hacía que se había quedado dormida? Posiblemente todavía estuviese por allí el hombre que la estaba siguiendo. Permaneció lo más quieta que pudo. Parecía que fuera había algo de luz; tendría que asomarse con cuidado para no ser vista. Sacó su manita al exterior para recoger un poco aquella tela que la cubría. Infinidad de gotas de agua mojaron su mano, incluso su brazo. Impresionada, lo metió rápidamente bajo la fuerte tela. Luego, consciente de que se trataba del chapoteo de las olas, volvió a abrir con menos cuidado y menos miedo. Solo vio mar. Solo mar.

Tenía brillos o destellos hermosos. Tímidos rayos de sol casi la cegaban al estrellarse contra la pequeña parte del océano que alcanzaba su vista. ¡Ya no era de noche! Preocupada por haberla pasado fuera de su habitación, fue haciendo el hueco más grande hasta que el espacio le permitió sacar por completo la cabeza. Lo que vio la dejó pasmada.

Un hombre estaba sentado en un extremo de la canoa, y todo su entorno era agua. Solo agua.

Empezó a comprender que se había quedado dormida en la barca donde se escondió y su perseguidor la había encontrado. Sintió miedo. ¿Qué pensaba hacer con ella? El ruido de fondo, a pesar del cual había seguido durmiendo y con el que se acababa de despertar, se correspondía con el motor de aquella canoa mezclado con el ruido del agua al ser desplazada de su espacio natural. Descubrió un poco más la tela y pudo apreciar que, junto a ella, y a su alrededor, había sacos, cestos, paquetes…

¿Dónde estaban? ¿A dónde la llevaba su perseguidor?… No, aquella persona no era el que por la noche la perseguía. Este parecía alto pero era delgado. Llevaba un sombreo de sol bastante deteriorado, pero no era necesario que se lo quitase para saber que ni era calvo, ni era el que la perseguía. Ahora era ya de día y alguien que desconocía que ella estaba escondida se estaba dirigiendo a algún sitio que la alejaba de su madre. ¿Qué debía hacer? ¿Llamar su atención para que la devolviese a su casa o sería mejor permanecer callada hasta que parase? La primera opción, sin duda, era la mejor; cuanto antes se hiciera notar, antes darían la vuelta para volver a la playa. ¿Y si la tiraba al mar para no tener que preocuparse en dar la vuelta por su culpa?

Antes de que pudiera tomar una decisión, observó que no muy lejos se veían palmeras y pájaros de colores y largos picos revoloteando. Respiró aliviada. Tal vez se había preocupado sin necesidad. Aquel hombre había salido a navegar y ahora regresaba a la playa. Volvió a respirar un poco más tranquila y decidió esperar pacientemente hasta llegar a la orilla. Allí ya no le importaba mucho lo que le pudiera decir aquel hombre, aunque se enfadase, ella correría hacia su bungaló y su madre la defendería, seguro que ya estaba despierta… y preocupada. ¿Qué hora sería? «Ojalá que todavía no se haya despertado», pensó al ser consciente del susto que se llevaría al ver su cama vacía y comprobar que no estaba en ningún sitio.

La jukung ya estaba parada, pero aquello no parecía una playa, había unas tablas sobre unos troncos que surgían del mar, el hombre la ataba a uno de los troncos y al volverse para ir a destapar la canoa, el marino descubrió desconcertado aquella cabecita asomando entre el toldo que guarecía las provisiones que trasladaba. Su sorpresa le impidió reaccionar con rapidez. Ella fue saliendo muy despacio de su escondite y con miedo a lo que pudiera hacer o decir aquel marino.

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