abril 16, 2024

Costa Rica

Estamos en Costa Rica. La forma de la playa es una concha perfecta y de grandes dimensiones. La vegetación que la circunda la hace aún más hermosa. Sin embargo, estaba completamente vacía. El hotel dispone de una piscina inmensa, con distintos bares dentro del agua. A pesar de ese atractivo, no entendí por qué estaba tan solitaria. No me podía creer que pudiéramos disfrutar de ese paraíso, mi marido y yo solos.

Un día, al salir de la zona del hotel a la playa, me pareció que cerca de la orilla las olas habían dejado restos de algas o de ramas. Mi marido encontró acomodo inmediatamente sobre la suave arena, pero yo seguí acercándome a la orilla con ánimo de zambullirme. Estaba el agua tranquila, transparente, y de un verde azulado…

De repente sentí que la vegetación que habían llevado las olas hasta la arena se movía. Me paré preocupada para mirar más detenidamente, en efecto, aquello verde oscuro se movía. Un tanto asustada, me acerque un poco más. Me impresionó comprobar que se trataba de pequeñas serpientes de mar. Me lo confirmó un pescador que pasaba en ese momento con su caña. Le pregunté si eran peligrosas. Me respondió con un tajante NO. Esto me tranquilizó un poco. Volví a preguntar para más seguridad.

—Entonces ¿no son venenosas?

—Sí, sí lo son, pero no son peligrosas porque solo reptaban, y muy lentamente. Estas serpientes no saltan, ni escupen, ocurre por los cambios de temperatura del agua, que producen corrientes que las despistan. Hasta que no suba la marea y una ola las arrastre al interior, aquí seguirán, pero no hay peligro, seguro que usted corre más que ellas.

La verdad que no quise esperar a echar una carrera con ellas para comprobar si el pescador tenía razón.

El Cerro de Tortuguero. Costa Rica

Traslado al Parque Nacional Tortuguero

El entorno era maravilloso, sabíamos que iba a llover, confiábamos en que si lo hacía, no fuera una lluvia escandalosa, como así ocurrió. Íbamos muy bien parapetados: con unos calcetines gruesos que tenían la misión de cerrar los pantalones pitillo, para que no nos entrase ningún bicho. Sobre ese pantalón, otro más ancho y sobre las deportivas unas enormes botas de plástico, que nos proporcionó a todos el guía, para llevar por encima de los pantalones, por si nos hundíamos en el barro. Un impermeable para la lluvia y un gorro para el sol. Y de esta guisa, fuimos de excursión al Cerro del tortuguero, un antiguo volcán de 119 metros de altura. El más alto del tortuguero. Fuimos navegando plácidamente y disfrutando de paisajes impresionantes por sus canales intrincados. Flora y fauna nos acompañaban con su perfume las primeras, con sus gritos escandalosos los segundos. De vez en cuando unos caimanes que en principio parecían árboles caídos hacían su aparición. Me resultó muy gracioso, que el guía, tratando de hacerse oír sobre el alboroto de los monos, nos recomendara que habláramos bajo, porque no convenía asustar a los caimanes.

Esta imagen, que es la mía, ya requiere una explicación. Está claro que no voy a ninguna fiesta. Está tomada en El Parque Nacional Tortuguero, de Costa Rica.

En ella estamos recién desembarcados y está lloviznando. Acerco una mano al arbolito, sin querer tocarlo, en la otra mano llevo un chubasquero que acabo de quitarme, siguiendo las instrucciones del guía. La pregunta lógica es ¿por qué me quito el chubasquero? parece que no tiene mucho sentido, pero al desembarcar el guía nos pidió que le escucháramos con mucha atención. Y más o menos esto es lo que nos dijo:

Tenemos que alcanzar la cima de esta montaña, no es muy alta, pero sí difícil de subir. Cuando la coronéis veréis que ha merecido la pena. A partir de aquí es un barrizal que a veces cubre grandes socavones que no se aprecian hasta que metes la bota. Si os ocurre, y al sacar el pie veis que se ha quedado sin la bota, no tratéis de recuperarla. Las parejas pueden caminar juntas, pero no vayáis del brazo, o de la mano, porque sí resbaláis, arrastrareis a vuestra pareja. Tratad de no agarraros tampoco al árbol que tengáis cerca. Primero, porque por su corteza circulan unas hormigas que si te pican puede ocasionarte una parada cardiaca, y estamos lejos de cualquier hospital; segundo, porque a veces lo que parece una rama del árbol, es una serpiente. Mirad esas pequeñas ranitas rojas, no se os ocurra intentar coger una, son venenosas.

El Cerro Tortuguero | Costa Rica

Así que en esas circunstancias el chubasquero tenía la función de mantener una de las manos ocupadas, la otra tendría que controlarla yo continuamente, para no tocar nada, ni agarrarme a nadie.

A mí me daban ganas de volverme a mi casa, no comprendía que mi marido no me lo propusiera sabiendo, como sabía, que no hay cosa que me dé más pavor que las serpientes, y estas por lo visto se encontraban en los árboles camufladas de ramas. Más tarde supe que mi marido se asombraba pensando que yo no decía nada y estaba dispuesta a pasar por todo.

Al llegar a la cima comprobé que el guía tenía razón. El tortuguero al completo estaba a nuestros pies, de un verde rabioso, con sus ríos y sus meandros navegables cruzándolo caprichosamente por distintos sitios. Y una vegetación lujuriosa. Trescientos sesenta grados sin nada que estorbase nuestra visión. No existía nada más alto que el lugar en que nos encontrábamos.

Os aseguro que todos estábamos asombrados y maravillados, nadie se quería mover de allí, nadie quería dejar de contempla aquel paisaje único, increíble.

Claro que además había que bajar. Eso tampoco era nada de apetecible. jaja.

Leave A Comment

  • Turquía: Estambul Y Capadocia

  • India

  • Pero llego a Nueva York