abril 15, 2024

India

La novela que lleva el título de NO PUEDO VIVIR SIN TI, empieza de forma muy trágica.

Es precisamente esa tragedia lo que motiva esta historia. Se desarrolla entre Madrid y la India. Esta imagen es del Fuerte Rojo de Delhi, uno de los espacios donde tiene lugar la narración.

Auténtica tragedia e irrealidad nos acompañan a lo largo de los distintos capítulos. Por mor de la autora podemos escuchar los pensamientos de una de las protagonistas, pensamientos que ayudan a comprender la evolución de una persona a causa de su amargura y desengaño de la vida.

Hay inocentes que se inmolan por amor, pero el destino no las trata de igual manera, tampoco sus creencias son las mismas.

El desenlace, por inesperado no conviene contarlo, perdería su sorpresa.

En mi anterior novela podemos decir que todo acaba bien y no descubrimos nada, pero de «No quiero vivir sin ti», no podemos emitir ningún juicio, sin estropear todo el argumento.

¿Qué puede llevar a un joven muy enamorado de una hermosa muchacha, que es además correspondido con la misma fuerza, a abandonarla el mismo día que sus padres van a celebran el compromiso oficial con una espléndida fiesta?

¿Podría comprender alguien que un absurdo equívoco, digno del más vulgar y lacrimógeno serial, pueda llevar a la desesperación a una persona equilibrada, y con la vida “aparentemente” resuelta, hasta el punto de abandonar todo lo que ama y tratar de comenzar una nueva vida, lejos de todo lo que conoce y quiere?

A veces, los dramas más fuertes son el resultado de espejismos, que no han dejado de serlo porque la persona que los ha sufrido no se ha acercado lo suficiente al lugar donde nace o de donde parte la apariencia; o porque no ha tenido paciencia para comprobar si lo que cree ver es la auténtica realidad.

La historia que aquí se cuenta no debería haber tenido lugar, no existían motivos. Pero a veces… hay tantas historias sin sentido que no deberían haberse producido.

Red Fort, Puerta de Lahore.

«HOY A LAS CINCO EN RED FORT, PUERTA DE LAHORE»

Por la puerta ventana alguien había deslizado un papel escrito por ordenador con grandes letras Arial. Solo decía:

“Hoy a las cinco, en Red Fort, Puerta de Delhi.”

Alguien había estado en su terraza mientras él salía de compras y no había encontrado dificultad para dejarle aquel aviso.

Con toda seguridad, la persona que lo había dejado, habría esperado a verlo salir para evitar ser sorprendido. O tal vez, conocía muy bien las costumbres de la casa. No disponía de tiempo para avisar a Bruno.

Por un momento, pretendio hacer caso omiso al mensaje. Pero había demasiado en juego.  ¿Qué le podía pasar que fuera peor de lo que le esperaba si no obedecía aquella orden? Porque de eso se trataba, de una orden: la primera.No podía evitarlo, acudiría a la zona vieja de Delhi. A las cinco en punto estaría frente a una de las dos puertas principales del Fuerte.

Era un lugar muy concurrido por los turistas, muchos de los cuales acudían en rickshaws, dadas las dificultades de circulación. Esta puerta estaba menos concurrida que la de Lahore, que se encontraba frente al famoso mercado Chandni Chowk, que había visitado con Vainavi. Era el lugar donde las bicicletas y los rickshaws se entremezclan con la gente que va al mercado y los turistas que escuchan a sus guías y hacen fotos mientras se mueven incesantemente, por lo que aún solía ser mayor la aglomeración.

Sin duda, quienes lo habían convocado querían pasar desapercibidos entre la gente, pero sin tener demasiados problemas para verle llegar al Fuerte Rojo.

El edificio estaba construido con piedra arenisca roja. Era un edificio espectacular; no solo por su color llamativo, sino también por sus formas y las extraordinarias dimensiones, cuyos muros se extienden a lo largo de más de seis kilómetros.

Cuando estaba llegando a la puerta donde se leía en hindi y debajo en inglés “Delhi Gate”, alguien se cruzó en su camino y le obligó a tropezar con él. Aún así, fue Rubén quien pidió excusas. El que había provocado el tropezón le respondió:

—Sígueme con disimulo.

Esquivando a las muchas personas llegadas desde cualquier parte del mundo, paraban frente al edificio para realizar las fotografías que más tarde darían fe de su viaje y de su recorrido por la India, Rubén caminó tras aquel hindú que ni una sola vez se volvió a mirar si él lo seguía. La imagen colorista que brindaba el lugar no le resultó tan atractiva como en otras ocasiones en las que había admirado la plasticidad de aquel espectáculo cromático que ofrecían los saris, conbinados con vestimentas de las más variadas formas y colores, y de fondo las rojas tonalidades del Fuerte Rojo

Tras un largo recorrido, durante el cual Rubén estuvo tentado de darse la vuelta varias veces, llegaron al río Yamuna. Un velero estaba a punto de zarpar con varías personas ya embarcadas y de un aspecto parecido a aquel que le había pedido que lo siguiera. El hindú subió a la embarcación y una vez en ella se dio la vuelta a tiempo de decirle “salta”, cuando acababan de soltar los amarres y el velero ya iniciaba su salida. Rubén no lo pensó y saltó con agilidad. El hindú lo sujeto por el brazo, empujándolo con energía hacia el centro del velero.

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