julio 5, 2020

El subconsciente

Algo la despertó, no sabía precisar qué había ocurrido pero se sintió obligada a salir del dormitorio y descender a la primera planta. No se esforzó en un primer momento por abrir los ojos, y con ellos casi cerrados atravesó el pasillo. Bajó las escaleras muy tranquila, sin titubeos; no en vano, era un ejercicio que había repetido con harta frecuencia cada día a lo largo de muchos años. Los párpados le seguían pesando gravemente. Luisa se sentía aturdida tratando de realizar el imposible esfuerzo de despertarse del todo

Tanteó la pared del recibidor en busca del conmutador de la luz, la planta estaba totalmente a oscuras. ¿Qué hora sería? ¿Por qué no había dado la luz en su habitación?, ¿a quién temía despertar? Su marido estaba de viaje y ella estaba sola en la casa. Realizó un nuevo intento por abrir más sus ojos.

¿Por qué no puedo abrir del todo los ojos? -—se preguntó en silencio.

Palpo de nuevo la pared. Esta vez, ante su torpeza por la imposibilidad de encontrar el conmutador en su propia casa, y en voz alta, como si tratara de dar explicaciones a todo un público que la mirara expectante, dijo con énfasis:

—¡Qué sueño tengo Dios mío!, ¿no me voy a poder despertar?.

En ese momento ocurrió algo extraño, no se oía ningún ruido, sin embargo intuyo otra presencia. Preguntó:

—¿Hay alguien ahí? — esperó que ese alguien le contestara, teniendo la interna y profunda seguridad de no estar sola. No se extrañó al oír que alguien le contestaba, era la confirmación de lo que en su interior ya había presentido. Oyó claramente una voz conocida:

— Si, ¡no te asustes soy yo!

–—!Que curioso! pensó. Era la voz de Guillermo, el mejor amigo de su marido.

Realmente, en ese momento no estaba asustada, pero le pareció inverosímil que después de tanto tiempo sin saber nada de él, apareciese ahora en su casa. Precisamente ahora que no había luz. Y además no estaba Enrique, ¡él, y no ella, era su amigo!

Empezó a sentirse agobiada porque estaba a oscuras y esa oscuridad la invitaba a dormir más que a despertarse, sin duda que era por ese motivo que ella seguía sin poder abrir del todo los ojos y aunque daba al conmutador de la luz, ésta no se encendía, ¿qué habría ocurrido?.

Repitió su queja, esta vez dirigiéndose a Guillermo:

—Estoy muerta de sueño, no consigo despertarme totalmente, no puedo abrir del todo los ojos y no se enciende la luz, tendré que servirme de la claridad del exterior. Mientras hablaba se fue aproximando a la puerta que daba acceso al jardincillo de la entrada principal de la casa.

—¡Que extraño! —dijo, al palpar la cerradura—. Las llaves no están puestas en la puerta, y yo juraría que anoche las coloqué como siempre en la cerradura.

La situación se hacía cada vez más embarazosa. Añadió en voz alta:

—!Bueno, subiré las persianas!.

Aquella era una labor imposible, no conseguía subir la persiana del pasillo. Pasó a la cocina que era la pieza de la casa más próxima al lugar donde ella se encontraba. Nada, imposible, no podía moverla, tampoco podía entenderlo. De pronto le recorrió un escalofrío premonitorio, al fin sus ojos se habían adaptado a la oscuridad y consiguió ver la cinta de la persiana.

La cinta tenía un nudo que impedía que la persiana se moviera.

¿Quién había hecho ese nudo?, ¿cuándo?, ¿por qué?.

Empezó a temblar al mismo tiempo que relacionaba todo lo que le estaba ocurriendo con la presencia de Guillermo.

Fue como si todo su ser se despertara de repente. Su mente, como por arte de magia, era capaz de pensar, y sus pensamientos venían tenebrosamente acompañados de recuerdos, de ráfagas de sospechas que tiempo atrás había enviado con gran esfuerzo al fondo de su subconsciente y ahora emergían como un bloque unido que la hacía sentirse aterrorizada.

Todavía seguía con la cinta de la persiana en la mano y la vista perdida en el entorno del nudo recién descubierto, pero ya no veía a Guillermo, sólo lo sentía.

Sentía un frío mortal y sentía, más que recordaba, aquellas dudas cuando asesinaron a Mirian. En aquel tiempo, no muy lejano, todos los datos de que disponía apuntaban a Guillermo como culpable, pero en ningún momento quiso creer lo que para ella debía haber sido una evidencia.

Sólo su empeño por ignorar, nacido de la perplejidad que le producía ser la única que disponía de aquellos datos comprometedores, le permitió olvidarlo todo por un tiempo.

Recordó claramente cómo la comprometida y tenebrosa situación se había desarrollado, discurriendo por otros derroteros que dejaban libre de sospechas a Guillermo.

En un primer momento tuvo que hacer un gran esfuerzo para olvidarse de todo. Le asustaba escucharse a sí misma dando datos que inculpaban al mejor amigo de Enrique. ¡Cómo la hubiera mirado su marido! ¡Qué absurda sospecha!.

Tal vez, incluso hubiera considerado que sus declaraciones obedecían a una especie de celos, a causa de la gran armonía y afecto que desde pequeños había unido a los dos amigos.

Siempre había sido muy acaparadora con todo lo que afectara a su marido, y muy celosa de su «bien privado». Tal vez no fuera de su propiedad, pero de alguna manera le pertenecía. Estas manifestaciones hechas en un momento de exaltación amorosa, habrían servido para calibrar sus palabras incriminatorias.

Pero, ¡cómo pude callarme! Sin duda le ayudó la oportuna ausencia de Guillermo y el hecho de que nadie de su entorno aludiera en ningún momento a la más ligera sospecha sobre él.

¡Cómo había conseguido olvidarlo todo! Ahora, mientras ella sujetaba la cinta de la persiana, el estaba en el recibidor. La respuesta a la pregunta de, qué había ido a hacer a su casa, le pareció de una claridad meridiana y con una angustia de muerte volvió la cabeza lenta, muy lentamente, esperando y temiendo ver la cara de Guillermo.

Apenas movió la cabeza en dirección al recibidor cuando descubrió la proximidad de un cuerpo que casi rozaba el suyo. Era Guillermo, naturalmente.

La miraba de tal forma, que si alguna duda quedaba, esa mirada la despejaba, como el fuerte viento despeja el cielo de pequeñas nubes…, para permitir la formación en su lugar de grandes nubarrones.

Todo su pavor se tradujo en un grito desgarrador que salía de lo más profundo de su ser. ¡Gritó!,… y el grito la despertó.

Sintió un inmenso alivio, todo había sido un sueño. Se encogió entre las sábanas para sentir el placer de estirarse de nuevo, invadiendo el espacio que habitualmente ocupaba su marido.

Le asalto un sentimiento masoquista que la hizo regocijarse al rememorar la angustia de la última parte de su sueño. Comprendió el motivo de su impotencia para abrir los ojos, y recordó que en más de un sueño le había ocurrido lo mismo.

Sin embargo, ahora ya despierta, y todavía afectada por la impresión que el rostro de Guillermo le había producido, seguía sin atreverse a abrirlos, dada la apariencia de realidad que el sueño había tenido. La proximidad del otro cuerpo le había ocasionado un miedo pavoroso en el que todavía se recreaba, para inmediatamente sentirse aliviada.

Pensó: me ha traicionado mi subconsciente, tendré que comentarlo con Enrique cuando vuelva, me liberará de esas sospechas, aparentemente olvidadas, pero que sin duda permanecen en mi interior y han acabado por aflorar en mi sueño.

Seguramente hay una explicación sencilla que mi silencio me ha impedido conocer. Nos reiremos de lo que ha motivado esta pesadilla.

Ya algo más tranquila, decidió dar la luz de su mesilla. Aún sin levantar los párpados sintió el reflejo del resplandor de la lámpara a través de ellos.

No había ningún problema con la luz —se dijo—, sin duda tratando de remarcar la diferencia con lo que había sido su sueño y como si se tratara de un acto heroico abrió de par en par sus grandes ojos.

Así la encontró Enrique, su marido, al regresar de su viaje, adornada con guirnaldas rojas surgidas de su propio cuerpo por aquella hendidura del cuello, que hacían resaltar aún más la mortal palidez de su rostro.

Al abrir los ojos, Luisa pudo advertir que el resplandor no lo producía la lámpara de la mesilla por si misma, sino que se había producido al chocar con la hoja de acero que blandía Guillermo sobre su rostro.

Sus ojos, esta vez, permanecieron desmesuradamente abiertos durante mucho, mucho tiempo, hasta que la mano amorosa de su marido se los cerró definitivamente.

 

 

 

 

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