octubre 17, 2014

La Montaña Aurea. Capítulo XII

¿En qué día estamos? Es extraño, ninguno de los doctores que me visita consigue saber por qué, pero, siempre que tengo unos sueños tan intensos, que me hacen vivir otra vida, como si fuera real…, sufro una desorientación. Es como si el tiempo que transcurre durante mi sueño se fuera descontando en mi vida, de mi auténtica existencia. Yo tampoco consigo encontrar la causa de mi aturdimiento. No termino de acostumbrarme, y eso que ya no me causa el pavor que me producía cuando empecé a experimentarlo. ¿Cuánto tiempo hace? No. Tampoco lo recuerdo. Pero no deseo perder el tiempo en estas divagaciones, prefiero revivir… tal vez sería más exacto escribir que prefiero resoñar lo que me ha acaecido esta noche.

Qué extraños son los sueños. Hasta hace muy poco, yo nunca había visto a mi primo Arthur, y en el primer sueño, de los que yo llamo reales, por la intensidad con que los vivo-sueño, aparece en mi laboratorio. Ya no me extraña soñar con ese laboratorio, me siento en él tan a gusto. Tanto, que cuando para inducirme al sueño hipnótico me piden que busque o me traslade mentalmente a un lugar donde me sienta feliz, siempre acudo a los mismos dos lugares favoritos, el que llamo mi laboratorio, donde me dedico a investigar, y otro que utilizo algunas veces. Se trata de un enorme y precioso salón que se encuentra en una montaña, pero con la peregrina cualidad de tener sus paredes de cristal. Un cristal que en lugar de contener plomo contiene oro. ¡Qué cosas! Desde allí, cómodamente instalada, me siento rodeada de una exuberante naturaleza, un bosque opulento y un valle de intenso verdor que se divisa por todas y cada una de sus caras acristaladas.

Allí, primero en el laboratorio y más tarde en el salón de una montaña, que en el sueño considero mi hogar, me he encontrado con Arthur, pero eso quizá no tiene nada de extraño, ya que desde que lo he visto en Estambul, siento que hay empatía entre nosotros y lo recuerdo muy a menudo. Por eso no me parece tan extraño. Lo que realmente resulta curioso es que lo sentía como si fuera mi hijo. Creo que esto significa que mi naturaleza de mujer me recuerda que va siendo hora de experimentar y saborear la maternidad. Pero es gracioso. ¡Arthur, mi hijo! No sé exactamente cuántos años tiene, pero creo que es algo mayor que yo. ¿Y quién era su padre? ¡Porque a este sueño no le ha faltado detalle! ¡Su padre! ¡Lyonel!, que es como se llama de verdad, o sea en el mundo real, su padre.

Claro que aún es más gracioso soñar con alguien a quien no has visto en tu vida, porque yo no conozco a Lyonel. Solo aparece en mis sueños. Nunca lo he visto, ni en persona ni en fotografía, aunque sí he oído hablar de él, ¡naturalmente! Lyonel en la realidad es mi tío. Se casó con la única hermana de mi padre; no obstante, por problemas familiares, nunca nos hemos visto ni nos hemos comunicado. Pero esa cara que le adjudico en mi sueño estoy segura de haberla visto más veces en algún otro sueño. No sé de qué conozco esa cara, es posible que la haya visto en algún lugar… hace tiempo… y me haya impresionado hasta el punto de adjudicársela al padre de Arthur, aunque ahora no lo recuerde. Bueno, puede ser que me la haya inventado con retazos de una y otra cara. Aunque… para que se repita más de una vez, creo yo que en algún sitio la habré visto. No sé. Pero el caso es que, en mis sueños, esa cara pertenece a Lyonel. ¡Y me gusta!

¿Qué aspecto tendrá realmente Lyonel, el auténtico padre de Arthur? Si lo pienso bien, hasta le he puesto en mi sueño algún rasgo, con cierto parecido a Arthur. Pero por mor del sueño, Lyonel es también mi marido. ¿Por qué sé que en el sueño Lyonel es mi marido? No recuerdo que en ningún momento se haya hablado de marido… ni de hijo; sin embargo, yo estaba segura en el fondo de mi corazón de que ellos eran mi marido y mi hijo.

 Sophia sonríe satisfecha de poder sentir parecidas sensaciones a las que había experimentado mientras dormía. Continúa escribiendo.

Qué emotivo es este mundo de los sueños, tengo que ahondar más en él. Me emocionó profundamente el abrazo de Arthur, pero cuando Lyonel me besó suavemente en los labios a modo de saludo, todo mi cuerpo se estremeció. Ahora mismo, y solo de recordarlo, sigo sintiendo ese dulce escalofrío. No quiero olvidarlo. Quiero… Deseo que mis sueños se vuelvan realidad… un marido como Lyonel al que amar, como siento que le amo mientras duermo, y que me haga sentir tan amada como presiento que lo soy en mi sueño… Bueno, no todo lo que he soñado puede ser realidad. ¿Qué iba a hacer yo ahora con un hijo mayor que yo? —Sophia ríe al pensarlo—. Pero cuando tenga edad para ello, quiero tener un hijo que me enternezca como el Arthur de mis sueños y…

Queda un momento con la mirada perdida, saboreando la idea de hacer realidad sus sueños. Vuelve de nuevo la vista al papel y continúa saboreando sus gratas impresiones.

Me ha gustado ser una mujer inteligente, activa, valorada por todos mis compañeros, con un interesante trabajo, donde me muevo con resolución, sin que nada me atormente. Soy una mujer sana y culta. Estoy más viva que cuando me despierto. Cuando estoy despierta, como ahora, soy una joven enfermiza, siempre rodeada de médicos, tomando potingues, dejando que todos decidan por mí… como si no tuviese voluntad… como si yo no fuera capaz de realizar nada por mí misma. Definitivamente, me gustan más mis sueños que mi realidad. No me importaría sacrificar…

Unos golpecitos en la puerta la sacan de su abstracción. Casi sin dar tiempo a que Sophia pueda responder, la puerta se abre bruscamente, dando paso a su padre.

—¡Sophia! ¿Qué estás haciendo? ¡No has llamado para el desayuno y estás levantada y escribiendo! —el tono de Horacio es claramente molesto.

—No te enfades, papá, estoy escribiendo mi último sueño. Ha sido muy curioso y me ha hecho sentir bien. No quiero que se me olvide. Luego te lo cuento y nos reiremos juntos. Verás…

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