mayo 30, 2021

Otra vez Teresa

¡Pobre Teresa!

Este año la pequeña Teresa, a causa de la covid, pasa sus vacaciones en un pequeño pueblecito donde se tiene la sensación de que el tiempo se paró hace más de medio siglo. La naturaleza es un disfrute y los pocos vecinos encantadores. Solo tiene el inconveniente de estar mal comunicado con los pueblos de su entorno, lo que en estos momentos ha pasado a ser una ventaja.

Teresa, resignada a no ver a su pandilla de verano, pone todo su interés en hacer bien las cosas para satisfacción de sus padres, pero… comprueba con decepción que no sirve de nada su buena voluntad. Al final siempre le sale todo mal y terminaba disgustando a sus padres. Como lo que le acababa de ocurrir con la leche.

En este pueblecito todavía suministran leche recién ordeñada de las vacas y a Teresa le han asignado la misión de ir a comprarla cada atardecer; para ello le han proporcionado una garrafa de metal con un asa larga que le permite llevarla como si fuera un bolso —eso dice ella—. Sus padres le dan dinero para que la pague y ella cuida de no perderlo, pero parece que cuanto más interés pone…

A veces, por el camino se encuentra con las nuevas amigas que la invitan a jugar, y Teresa, que no quiere decepcionar a nadie, no sabe decir que no, pero se hace el firme propósito de que sólo será un ratito. Así que deja la lechera y el dinero en el lugar que consideraba más seguro y se pone a jugar. Luego, cuando se da cuenta de que empieza a oscurecer y ha transcurrido más tiempo del previsto echa a correr y solo se acuerda de la lechera, no se da cuenta de que le falta el dinero hasta que va a pagar la leche. No le ocurre siempre, pero la última vez que le ocurrió se prometió que no le volvería a pasar más, no podía soportar  ver la cara de desilusión de sus padres que solo decían: “Otra vez Teresa”. No, no volvería a perder el dinero.

Para evitar ese problema, se le había ocurrido guardar  el dinero dentro de la garrafa, porque al tener la boca un poco más estrecha que el resto, consideraba que estaría seguro y además ya no se olvidaría de él, aunque se pusiera a jugar con una amiga. Al llegar a la vaquería pagaría lo primero.

Pero siempre pasaba algo. ¡Pobre Teresa!

Alguien le había dicho una tarde al volver a casa con la leche, que si daba vueltas rápidas a la garrafa, el líquido no se caería. No  dijo que no se lo creía, pero realmente no acababa de creerlo. Llevaba un par de tardes con ganas de hacer la prueba, pero temía perder la leche, ¿qué le dirían sus padres?, pensarían “hace falta ser tonta, para ir a comprar leche, pagarla y luego tirarla, no, no podía hacer la prueba.

En su camino a la vaquería había un antiguo lavadero al aire libre, se le ocurrió de pronto que no pasaría nada si probaba con agua, por si acaso era mentira y tiraba la leche. Pero ya se había olvidado de que había metido en ella el dinero.

La llenó y comprobó que era cierto. Dio muchas vueltas rápidas con la garrafa llena de agua sin que esta se cayera, bueno, apenas unas gotas, y antes de llegar a la vaquería tiró el agua. Solo cuando fue a pagar se dio cuenta de que también había tirado el dinero. Salió a buscarlo, pero ya no estaba.

Esperaba una buena regañina, seguro que sus padres no comprenderían que quería hacerlo todo lo mejor posible y siempre deseando que se sintieran tan orgullosos de ella como lo estaban de su hermana mayor. Pero se vio sorprendida por la extraña reacción de sus padres. Lo que les molestó no fue que perdiera otra vez el dinero, sino que lo hubiera metido dentro de la lechera. Le dijeron enfadados que eso era una porquería.

¿El dinero que guardaba con tanto cuidado era una porquería?

¡Que extrañas y contradictorias eran  las personas mayores! —pensó desolada Teresa—. ¡Nunca las comprendería!

 

 

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